Torrens, Ricardo y las ventajas comparativas como ideología supralocal
Torrens, Ricardo y las ventajas comparativas como ideología supralocal
La economía política clásica formuló el principio de las ventajas comparativas como si fuera una ley natural del comercio. Según Ricardo, cada nación se especializa en aquello que produce con menor costo relativo, y el comercio internacional asegura beneficios mutuos.
Sin embargo, bajo la lente de Scott y Marquardt, este principio puede leerse como una sofisticada racionalización de la supralocalidad extractiva:
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Fragmentación funcional: cada localidad (o nación) queda atada a una especialización. Esa fijación la convierte en pieza del puzzle.
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Circulación forzosa del excedente: al estar especializadas, las localidades necesitan importar lo que no producen; el excedente fluye de manera estructural hacia los nodos de control comercial y financiero.
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Neutralización ideológica: se presenta esta dinámica como “ganancia mutua”, ocultando que el verdadero beneficio se concentra en quienes dominan la circulación supralocal (puertos, flotas, finanzas).
La retórica ricardiana es, en ese sentido, un lenguaje económico para disfrazar una táctica política: legitimar la circulación del excedente en una estructura que siempre favorece al centro.
La alegoría del puzzle deslizante
La metáfora del puzzle deslizante captura bien esta lógica:
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Cada casilla es una localidad con su excedente.
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La pieza vacía es la posibilidad supralocal de mover recursos, cambiar especializaciones o reubicar coerción.
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El jugador (la élite estatal o hegemónica) siempre encuentra un movimiento para desbloquear el juego.
Mientras en un sistema puramente local la resistencia puede paralizar la extracción, en un sistema supralocal la movilidad permite esquivar los bloqueos y mantener la circulación. Las ventajas comparativas, vistas desde esta metáfora, no son más que una codificación normativa que asigna a cada localidad una posición fija en el tablero, garantizando la fluidez del movimiento general.
6. Conclusión
La clave del Estado no es la mera existencia de agricultura o ciudades, como recuerda Scott, sino la capacidad de hacer legibles y extraíbles los excedentes. Con Marquardt, vemos que esa capacidad depende de la supralocalidad: solo a escala interlocal el Estado se convierte en una maquinaria estable de apropiación. Y con Ricardo y Torrens entendemos que incluso la teoría económica puede funcionar como un dispositivo ideológico que legitima esa estrategia, presentando la circulación supralocal del excedente como si fuera una ley natural de la eficiencia.
La estatalidad, en este sentido, no es un accidente histórico, sino una forma de organizar el flujo: no solo producir, sino hacer circular el excedente de manera que siempre beneficie al centro. El Estado y la economía política clásica son, cada uno a su manera, expresiones de esta misma estrategia de movilidad supralocal.
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